Los celos, ("el vicio de la posesión", como Jacques Cardonne los
denominaba) han sido, desde hace siglos, argumento recurrente y fértil
de la literatura aunque constituyan también el germen de demasiados
sucesos desgraciados y muy reales.
Es un estado emotivo ansioso que padece una persona y que se caracteriza
por el miedo ante la posibilidad de perder lo que se posee-tiene, o se
considera que se tiene-posee, o se debiera tener-poseer (amor, poder,
imagen profesional o social...).
Algunos autores creen que el sentimiento de los celos es universal e
innato. Linton, por ejemplo, ve una prueba de esta tesis en el hecho de
que en las Islas Marquesas, donde la libertad sexual es prácticamente
total, los indígenas manifiestan sus celos sólo cuando están ebrios; es
decir cuando su control voluntario, su raciocinio, ha disminuido. Por el
contrario, otros psicólogos (como O.Klineberg) señalan que este
sentimiento es de origen cultural, y que los celos no dependen del deseo
o necesidad de goce exclusivo de los favores del otro, sino del
"estatuto" social.
Un tipo muy especial de celos son los infantiles ("complejo de Caín"),
que se manifiestan tras el nacimiento de un nuevo hermano. El niño,
antes centro de todas las atenciones, se ve obligado a aceptar que debe
compartir con el nuevo miembro de la familia el amor y cuidados de sus
padres, muy especialmente de la madre, lo que hace que vea en el recién
llegado un usurpador y la malquerencia hacia "el intruso", lo que puede
conducirle a volcar su agresividad en su pequeño hermano. Según los
psicólogos, no es extraño que incluso el origen de ciertos estados
neuróticos que sufren los adultos provenga de secuelas de celos
infantiles padecidos hace décadas. Pero los celos no son exclusivos del
espacio familiar o sentimental: otro ámbito donde germinan es el mundo
laboral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario